
En la vida de muchas familias se esconden perlas de historia local, a veces incluso eventos históricos, que sólo la transmisión oral conserva. Hoy el estudio científico y sistemático de la genealogía salva a estas noticias del olvido, a través de la investigación y el estudio de los documentos del registro civil.
Éstos no dan sólo cuenta de la secuencia de fechas y eventos personales, sino que ilustran cómo era la vida en los siglos pasados y cuales eran los hechos que la han caracterizado. Cuanto más rápido es el ritmo de la vida moderna, más necesario se hace recuperar las noticias de nuestros abuelos a través de los documentos personales. He pasado los primeros años de mi juventud en Brindisi, ciudad antigua con una historia milenaria, y pronto comencé a preguntarme por qué mi familia tenía un apellido tan claramente extranjero. La curiosidad aumentó notablemente cuando, estudiando en el instituto iba a la Biblioteca Provincial de Brindisi, el entonces director, leyendo mi apellido en una solicitud de préstamo, me dijo: “Hola, Jenízaro”. Y añadió: “Tú eres seguramente un descendiente de uno de los soldados españoles presentes en Brindisi en tiempos del Virreinato”.
¿Jenízaro? ¿De qué estaba hablando? ¿Qué quería decir? ¿Qué historia había detrás de esta palabra? La casa de mi abuelo estaba cerca de la Biblioteca Arzobispal De Leo y sabía que allí se conservaban los libros de bautismo, de matrimonio y de defunciones de todos los que en los últimos siglos habían recibido los sacramentos en la Catedral. Sabía además que todos mis parientes paternos habían vivido en las casas propiedad de la Curia anexas a la Iglesia. El entonces bibliotecario me acogió paternalmente cuando me presenté titubeante delante suyo para satisfacer mi curiosidad. Ese hombre tan austero, que me infundía un cierto temor reverencial, no se creía que un chico de sólo 16 años decidiese pasar parte de su tiempo libre entre los estantes llenos de polvo de esa biblioteca. Me emocionaba y dejaba sin aliento, y aún lo hace, pensar que aquella lista de nombres escritos en esos documentos habían pertenecido a mis parientes lejanos, nacidos en aquel lugar, donde había transcurrido toda su existencia, casi fugaz en la mayoría de los casos.
Desde aquellos primeros años 70 he pasado mucho tiempo en aquella biblioteca, visitada por muchas menos personas que las que merece, donde me han confirmado que nosotros, los Lafuenti, como otras familias (los Piliego, Scivales, Martínez, López…), éramos etiquetados por los “verdaderos” brindisinos, un poco por desprecio un poco por reverencia servil, con el término jenízaros (giannizzeri en italiano, jannizzi, en dialecto local), porque nos identificaban con los descendientes de los soldados españoles que al final de la ocupación decidieron quedarse en Brindisi.
Los jenízaros eran una infantería de élite del Imperio Otomano y con aquel nombre la población local asimilaba a los soldados españoles que la habían dominado durante más de doscientos años a los sarracenos que los habían precedido unos siglos antes.
Para comprobar mi ascendencia empecé así a consultar varios Libri Baptizatorum, Matrimoniorum, Mortuorum, Confirmatorum, y los Libros de Ánimas conservados en la Biblioteca, y amplié la investigación en el Archivo Estatal, donde consulté el registro civil.
Quisiera aclarar que no soy un genealogista profesional, pero, sintiéndome atraído hacia la genealogía inicialmente por motivos personales, me he convertido en un gran aficionado a la misma. En los primeros años de investigación fui hacia atrás en el tiempo hasta llegar al antepasado español que había dado origen a la descendencia en tierra brindisina: sentí una gran emoción cuando leí su nombre en el acta de matrimonio y en el certificado de defunción. Era un joven oficial del ejército español, y llegué fácilmente a él a partir de los datos de mi abuelo paterno (nacimiento y matrimonio), de su padre, de mi bisabuelo, retrocediendo por vía masculina otras 5 generaciones; fue bastante fácil, dado que, como pude constatar, mi familia había vivido durante dos siglos en las cercanías de la Catedral. Él era el primero que en los certificados de matrimonio (1709) y muerte (1723) no era inscrito como marinero o pescador, sino como soldado español. Descubrí, además, que su matrimonio se había celebrado por poderes y que el militar había sido representado por el hermano de la esposa, ya que éste se encontraba prestando servicio en el Ducado de Milán.
En los años siguientes mis pesquisas han seguido dos direcciones: la que me está llevando más tiempo es la reconstrucción de todas las ramas familiares descendientes de este ancestro común para completar mi árbol genealógico con los antepasados de la rama materna, yendo hacia atrás en el tiempo en un trabajo casi ímprobo, pero que me está dando enormes satisfacciones y me ha llevado a descubrir ascendencias que no habría nunca imaginado. He podido visitar, y todavía lo hago cuando puedo, los Archivos Estatales y parroquias de diferentes ciudades, donde me he encontrado con funcionarios y prelados con actitudes muy diferentes; algunos han mostrado una gran disponibilidad, otros se han mostrado reticentes a permitirme la consulta de los documentos solicitados. Entre tanto estoy intentando hacer lo mismo con la familia de mi mujer.
La segunda actividad tiene un carácter historiográfico, aunque debo volver a recordarles que no soy un historiador profesional. Recurriendo a fuentes archivísticas diferentes de las que suelen usar generalmente los genealogistas, he conseguido reconstruir de la manera más precisa posible la historia de las familias de origen español que han vivido en los siglos posteriores al dominio español en Italia y dar información más clara a los diversos “jenízaros” en una conferencia que he dado en Brindisi en 2006, invitado por el Archivo Estatal.